Pantaloncito Rojo

miércoles, 4 de mayo de 2005

Estaba yo jugando a la pelota con mis amigos en la puerta de mi casa cuando mi padre se asomó por la ventana con su patético delantal de flores y me gritó:

-¡¡Pantaloncitoooo!!Ven aquí inmediatamente que me vas a ayudar a hacer las cosas de la casa para que tu madre se ponga contenta al venir de trabajar.-Si os preguntáis por qué me llama así, es muy simple, porque desde pequeño mis padres han querido vestirme de rojo porque así demuestran su afición por los san Fermines.

-¡Jooo, papáa!

-Andando.

Me dio la escoba y el recogedor y, mientras el hacía la comida, me dijo que barriera el porche y regara el jardín. Y ahí fue cuando los niños se rieron

de mí . Así que cuando terminé de regar las macetas, solté la regadera y me volví loco a manguerazos en venganza. Entonces mi padre salió y, al ver a los niños empapados, me mandó a llevarle la comida a la abuela.¡La que me había caído! Me dio una bolsa del Mercadona y me dijo que fuese con cuidado y por la acera. Pero como yo estaba enfadado, no le hice caso y me fui por el camino de la tienda de chuches y al parque a jugar. Cuando me dio hambre, supe que era hora de llevarle la comida. Pasé por el campo de fútbol, la oficina de correos, el supermercado, los chinos y, al llegar a la parada del autobús, un tipo alto y desaliñado, con la barba de tres días y una coleta, me paró.

-Oye niño, ¿tienes unas monedas para el autobús?

-No es que sólo voy a un mandado.

-Ah, ¿sí? Y, ¿adónde vas?

-A casa de mi abuela a llevarle esto.-Dije levantando la bolsa.

-Y, ¿dónde vive tu abuela, niño?

-Cerca, a dos manzanas.

-Pues te acompaño que no sabes la de robos que hay aquí ultimamente.

-Vale, gracias.-No tenía ganas de inventarme excusas.

Llegamos a la calle de mi abuela y me encontré con Marisa, la vecina cotilla de mi abuela.

-Hola, Pantaloncito. ¿Vas a ver a tu abuelita?

-Sí.

-Y, ¿quién es tu amigo?

-Me ha acompañado hasta aquí.

-Mmmm.

-Bueno hasta luego, Marisa, que se me hace tarde.

-Adiós, Pantaloncito.

Crucé el jardín repleto de flores y macetas, y llamé a la puerta.

-¿Quién es?- Se escuchaba detrás de la puerta.

-Soy yo abuelita, Pantaloncito Rojo.

Se abrió la puerta y mi abuela asomó la cabeza.

-¡Ah! Hola cariñín.¿Quién es este chico?

-Un amigo que me ha acompañado hasta aquí. Se llama...-Me di cuenta de que no se lo había preguntado.

-Roberto.-Dijo el rápidamente.

-¡Pasad, pasad!¿Queréis merendar, bonicos?

-Claro abuela.

Entramos y cerramos la puerta. Le di la bolsa y fue a la cocina a traer dulces. Nos sentamos a comer y entonces Roberto me propuso que cogiera unas flores del jardín para ponerlas en la mesa.

-Vale.-Dije sin ningún entusiasmo. Pero, ¿qué se ha creído éste?¿Por qué no se ha largado cuando llegamos?

Cuando tenía ya suficientes flores, volví. Pero, para mi sorpresa, al llegar mi abuela estaba atada de pies a manos a una silla y con un trapo en la boca.

-¡Socorro!¡Socorro!¡Hay un lad...-Me tapó la boca y empezó a atarme también. Terminó de atarme, me sentó en otra silla junto a mi abuela y empezó a registrarlo todo hasta encontrar algo de valor. Y cuando ya habíamos perdido todas las esperanzas en liberarnos, miré a la puerta y, de repente reconocí aquel rastrillo que asomaba por la esquina de la puerta. Era Marisa, que había escuchado mis gritos.

Entró sigilosamente y atizó a Roberto por la espalda.

-¡Ay! Pero,¿qué..?

No le dio tiempo a terminar cuando Marisa volvió a endiñarle otro rastrillazo. Esta vez el golpe lo dejó sin palabras. Se desmayó. Pero Marisa quiso asegurarse y le dio una patada. Lo fulminó y toso pasó visto y no visto.

Nos soltó y llamamos a la policía. También vinieron mis padres, que no se lo podían creer. Y desde entonces hago caso de los consejos de mis padres y no me fio de los desconocidos.

Leti y Rubi

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